GENERACIÓN PERDIDA(s)
La generación perdida es el nombre que recibió un grupo de escritores estadounidenses que vivieron en
París y diferentes ciudades europeas entre el final de la Primera Guerra Mundial hasta la
llamada Gran Depresión.
La generación perdida es también como se podría denominar a todas esas
generaciones que coincidimos en la cola del paro a los largo de nuestra “vida laboral”. Como si
vida y laboral fueran unidos en un contrato no firmado pero vinculante. Como si
no hubiera vida después de lo laboral. Obligados a perder la fe a golpe de
contrato por horas, de jubilación a los setenta, de acabar nuestros días
cotizando a una seguridad social que solo da seguridad a quienes se olvidan de
la sociedad. Como si nos la arrebataran en el momento en que firmamos el
finiquito, cuando somos despedidos, sometidos a un ERE, a la incertidumbre del
“ya te llamaremos”, a una reducción de plantilla,
a un despido forzoso. O simplemente condenados
a vagar por el limbo de los cursos de formación, de los contractos en
prácticas, de las becas sin pagar, de las academias de idiomas, de los
préstamos bancarios para acabar los estudios. Todo menos la condena al infierno
del paro.
Y en cada lápida se
podrá leer: “Tantos años cotizados y no tienes derecho ni a una muerte digna”.
Y ya no sabes en qué dios creer, a que dios rezar. Es el dios del dinero: Que
“descansa en paz”. Eso sí, en un paraíso…fiscal.
Una precariedad laboral
que nos condena a ser “zombies” para no
morir en el intento. A veces nos paramos, nos miramos, nos tocamos y sentimos que respiramos, que aún latimos. La
bocina de “la fábrica de desechos”
suena de nuevo. Con una sonrisa cosida a
los labios nos encaminamos hacia nuestra
casilla en un “puzzle” que no hay cristo que lo encaje. Y cristo trabaja por
horas en el sex-shop de la esquina. Las otras se las pasa cosiendo burkas de la
vergüenza. Es la economía sumergida de la supervivencia.
Generación X, generación
Y, generación Z, Generación NI-NI, generación IN. Y
llegados a este punto la sopa de letras se vuelve indescifrable y el abecedario
no da para más. Pero todas ellas en la cuerda floja de convertirse en una
“generación perdida”. Una generación caracterizada, según el sociólogo alemán Karl
Mannheim, por acontecimientos generacionales,
es decir, hechos que marcaron sus diferentes etapas hasta la edad adulta y que
influirían el resto de su vida.
Así, como si de una
carrera de relevos se tratara, el “relevo generacional” queda relegado a la
cola del paro, a la precariedad laboral,
a vivir con tus padres, a la frustración de miles de jóvenes que ven
como sus titulaciones académicas solo les sirven para competir en el mercado de
las segundas oportunidades porque nos educaron en que el saber también se
factura y se le debe exprimir para
sacarle el máximo beneficio al menor coste (económico) posible.
La palabra y el
pensamiento quedan reducidas a vales de
compra, a cheques regalo de la empresa, a I+D+I donde eres parte del capital
humano explotado. No te han dado oportunidad de ser rentable. Quizás en Berlín
o Londres, puedas demostrarlo. Quizás
solo sea ganarte la vida en una vida en la que siempre ganan los mismos. Quizás
aún se pueda pensar sin facturar cada pensamiento.
Poco a poco, no nos
queda más remedio que aprender a enfrentarnos a la frustración: frustración por
estudiar y no trabajar en lo habíamos estudiado, por avergonzarte al
encontrarte con un antiguo compañero de carrera, y buscar excusas que ni tú
entiendes, para acabar en un adiós que es un “ojalá que nunca te vuelva a ver”.
Y la sensación de fracaso sobrevuela el paladar de tus silencios. Te muerdes la
lengua para no hablar de más.
Nos han enseñado que
somos lo que cobramos, lo que compramos, lo que tenemos, lo que mostramos. Cada
combinación o todas ellas, nos ubica en un peldaño del escalafón social. Sin
ser conscientes muchas veces de a quien pisamos solo notamos el peso sobre
nuestras cabezas. Y tomamos un “espidifrén” tras otro. Pero el dolor no cesa, aumenta.
En la cola del paro,
poco de eso sirve, eso no pagará los recibos, ni la cuenta del comedor del
niño, ni las medicinas del abuelo. Y la realidad se impone de forma pragmática, sin dejar espacio para nada más.
Repensar como dejar de
ser algo para empezar a ser alguien mientras te enfrentas en el día a día de
las negaciones de los currículos incompletos, de las entrevistas inacabadas, de
los contratos por horas, de la lista del paro, se convierte en una tarea casi
imposible, incluso en una frivolidad que solo cabe en un artículo mal escrito.
“La
Generación Perdida” muestra en algunas de sus obras los efectos de la Gran
Depresión, de 1929. Otra “generación
perdida” parece despertar tras una nueva Depresión.
Y en una estación de
Berlín una joven de Polaciones intercambia el asiento con un refugiado Sirio
que tiene como destino Santander.
Realidades encontradas
en cruces sin dirección. Ambos solo buscan una vida mejor.
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