EL MOLINO DEL MISTERIO
¡Rum! ¡Rum! ¡Rum!
Esta es la lenta y monótona canción de la vieja piedra del molino, canción de igual ritmo hoy que ayer y mañana; para ella, todo es uno y lo mismo; en un presente inmóvil, rueda que rueda, sin cambiar de lugar. Hace ya muchos años de esto que voy a contar, y ya entonces el molino era muy viejo; paredes curvas y agrietadas, pisos carcomidos y el tejado con irregularidades alarmantes, mal disimuladas por toda suerte de musgos y hierbas primaverales, que semejan un rústico jardín. Repta la yedra por las paredes con su verde de tonos oscuros, como con un anhelo de ascender hacia el verde claro del tejado. Trepida el ya poco estable edificio al esfuerzo rotativo de la piedra moledora, uniendo su canción secular a la del agua cristalina que, plácida en el «camarao», se precipita, potente, hacia las aspas, convertida en una catarata de loca espuma. Por las pequeñas ventanas surge perennemente una tenue nieve de polvo, que reviste de falsa albura todo el interior… Un nogal centenario nacido en el huerto cubre amorosamente con sus ramas la humilde vetustez. En el balcón canta un jilguero, no sin que sus melodías sean atenuadas por el concierto de los múltiples sonidos que le rodean. Unos claveles resaltan en aguda nota su rojo sensual como boca encendida de mujer enamorada.
Este apartado rincón apacible, donde apenas llegaban atenuados los aires tempestuosos del mundo, era, sin embargo, por aquel entonces, algo más que lo que a primera vista parecía; como esos arcones casi deshechos por el tiempo que guardan en su seno artísticas joyas y delicados tejidos de esmerada labor. Y es que el viejo molino del Crucero, que es como un nido de poesía, entre los pueblos de Valcaba y Cañedo, guardaba un tesoro y un misterio.
El tesoro era la hija del molinero... ¡Qué portentosa creación de la Naturaleza! Todas las bellezas que la magia del amor más exaltado puede soñar, estaban reunidas, y aun superadas, en tan irreal mujer... Inútil intentar describir tal maravilla; que cada cual construya su imagen con los más puros ideales de su alma.
Tan valiosa joya despertó entre los «mozos» de los pueblos vecinos la apetencia y el deseo, dando origen a rondas y cantares y aun riñas y discusiones. Todos se esforzaban por despertar su cariño, llegando en su pasión a las bárbaras paganías de antaño.
Pero ella era inmune a las flechas del niño divino, y siempre estaba ausente de cuanto la rodeaba, como defendida con mística muralla.
¿Qué misterio ocultaba su espíritu hermético e inaccesible? Si era víctima de sus sueños, era una víctima feliz. Las voces de los consejos y cuentos de miedo, de generaciones de sobanos que habían asistido con su zurrón a las veladas y faenas molineras, gravitaban sobre los muros y parecían flotar por los temerosos rincones fantasmas y brujas... Este ambiente chocaba con la canción del río y del molino, la melodía del mirlo en el nogal o del viento en el bosque umbrío, la visión fugaz de les peces de oro en la presa, de agua de cristal; la nube fugitiva que oculta su arcano y el aroma evocador de las rosas del jardín. Pero la mantenían como encantada en un mundo mágico, en que creando palacios y países milenarios, imaginaba la novela de su verdadera vida.
Elevada sobre el plano circundante, por la esmerada educación debida a la atención del tío «indiano», inquietaba a sus padres, que enraizados en su estático primitivismo, no eran capaces de comprender las exquisiteces de un romanticismo exaltado. Lectora apasionada y selecta, y captadora intuitiva de la poesía de la naturaleza, vivía la vida ficticia de los cuentos de hadas.
Por este motivo, la adoración ardiente primitiva fue trocándose con el tiempo en indiferencia de hielo y aún en cierto miedo, pues en sus ojos creían adivinar un éxtasis angelical, en que, en fugaces ocasiones, brillaba el inquietante misterio de extraño maleficio... Así, la antigua romería luminosa y jovial, se convirtió en soledad neblinosa y ascética. Mas, a este externo reposo, correspondió un acrecentamiento del mundo de sus sueños locos.
Pero quedó un amador fiel y obstinado como las fuertes raíces de los robles, como la dura caliza de los altos montes, como el alma férrea de los cántabros que fueron. Era un adorar que por dentro parecía volcán en ignición capaz de todos los heroísmos, y por fuera semejaba céfiro suave impregnado de místicos delirios... Desengaños continuados sin sombra de esperanza, hacían más tenaz y fiera su pasión. Ella siempre decía:
-Siento mucho que por mí sufras; mas todo es inútil... Yo no amaré jamás, ni a ti ni a nadie. ¡Olvídame! ¡Márchate lejos!...
Pero él, con ojos de fiebre y voz vibrante, murmuró más que dijo:
-¡Imposible! ¡Imposible! ¡Antes la muerte!
Una noche, la paz del campo cubría cosas y personas. El «cárabo» cantaba en lo oscuro de los bosques profundos y paganos. Y el conjunto de todas las músicas, en magnifico acorde wagneriano, tenía la categoría de la sublimidad orquestal.
La bella molinera, como dama encantada por fiero dragón y custodiada por sabios gnomos hilaba el lino de su rueca, mientras el huso que la luz mágica de la luna hacía de oro, giraba rítmicamente entre sus dedos de marfil.., ¿Qué piensas, hermosa cautiva? ¿Qué hilo de misterio te une con la estrella lejana que tus ojos contemplan y a la que a veces pareces sonreír? ¿A qué príncipe esperas, para que con un beso robe el puro clavel de tu boca? ¿Qué sonidos ignotos escuchas que no sean el latido acelerado de tu propio corazón? ¡Ah! ¡Qué abismos de misterios para el poeta viejo y aldeano!
Pero… ¡Despierta! ¡Despierta de tus sueños! ¿No oyes la vibración trágica de un alma atormentada?
¿No sientes el tumultuoso espíritu que se acerca como fiera hacia la víctima ingenua?
Instantáneamente una sombra aparece en el balcón… Sobresalto en la hilandera, que pasa presto al reconocer a su eterno enamorado.
¡Tú! ¿Pero estás loco?
¡Sí! –responde-, ¡Loco! ¡Loco!... Y de aquí no me voy sin la promesa de tu cariño..., Y si no… ¡Dios! ¡La muerte para todos!
Mas allá, ya tranquila, fría como una estatua y con un gesto de diosa, dijo con energía:
¡Jamás!... ¡Vete para siempre!
Entonces, en un movimiento semiinconsciente, arrebató el huso de su mano que fue hundido en un vértigo, en el dulce corazón. Cayó ella sin un grito, sin un ruido. Nada. La naturaleza seguía su curso indiferente ante uno de los acontecimientos más trascendentales del universo: un alma desgarrada violentamente de su máscara terrenal asciende hacia las divinas mansiones...
Horrorizado ante su acto y arrepentido de él, no tuvo más que una idea fija, obsesionante: huir... Y a la lívida claridad de la luna, la muerta parecía sonriente, y a sus ojos asomaba algo del misterio que ocultaron toda su vida, con algo también del misterio del más allá...
Un gallo cantó su alborada... Y una campana dejó oír su voz...
Y huyó... Huyó hacia su casa, donde, furtivamente, se preparó para una nueva vida incierta y andariega, y partió al fin cual nuevo judío errante sin rumbo fijo en su desventura...
Apenas fueron pasados los collados del Asón, creyó oír como unos pasos leves que le seguían; y creyéndose víctima de una alucinación, corrió enloquecido; pero inútilmente, pues con claridad oyó una voz que le decía, con aire de ultratumba:
-¡Huye! ¡Huye! ¡Que tú lo pagarás!
Miró hacia atrás sin ver a nadie, ¿Sería la voz de su conciencia? ¿Estaría loco? ¿Quizá un espíritu maligno? ¿O el alma de la pobre muerta? ¿O una anjana?
Y seguía su éxodo perseguido por la constante voz, que con un ritmo seco, monótono, agudo, repetía: ¡Tú lo pagarás! ¡Tú lo pagarás! Y así por campos, montes y sierras, acosado por la voz del otro mundo, que era como manifestación de la cruz de su castigo. Y la voz, como sobre un yunque, martilleaba implacable sobre sus oídos. Volvióse al fin airado hacia ella y preguntó:
-¿Dónde lo pagaré?
-¡En Badajoz!-respondieron de no se sabe dónde.
-¡Pues no iré allá!
Nunca más volvió a oír la voz acusadora; pero la visión de la bella muerta no se apartaba de sus ojos con todo el objetivismo de la realidad. Unas veces era su rostro divino rodeado de felicidad absoluta, que le enviaba, como en emanaciones magnéticas, el perdón de su crimen, en consideración a su gran amor... Otras veces, un espectáculo antitético se le aparecía: su hermoso rostro, transfigurado en demoníaca cabeza de medusa rodeada de sierpes furiosas que, lanzando rayos de escalofriantes maldiciones por sus ojos verdes, le hacían huir de nuevo dando alaridos que resonaban en su alma atormentada cual si fuesen legión de espíritus.
Andaba de noche, y sólo se detenía en casas solitarias, ventas y mesones. Los pocos que tenían noticias de sus angustias le llamaban el “endemoniado”, y aunque perseguido, dijérase que un designio providencial le ocultaba siempre a sus seguidores.
Su cabello blanqueé casi repentinamente, y con su barba florida daba, en sus instantes de calma, la impresión de esos ancianos peregrinos que antaño iban de romería al sepulcro de Santiago...
Y así pasaron los años: atravesó tierras desconocidas, paisajes como desiertos, ríos caudalosos, llanuras, montes floridos. Jamás preguntó dónde estaba de paso... Pero... ¡qué noche aquélla!...
Tormenta monstruosa rodaba por la estepa castellana... Lucha de titanes entre el cielo y la tierra. Apariencia apocalíptica del fin del mundo. Marcha el peregrino con su íntima tragedia por un infinito sin horizontes, como si formase parte del cósmico desconcierto. Y anda, anda…, Al fin, medio muerto, vislumbró esperanzado el rayo tenue de una luz lejana. Y con angustia suprema tiende con el máximo esfuerzo por llegar a ella. Mas parecía vana la lucha: un algo invisible, pero vivo, se oponía a su avance: como manos de gigante que pretendían alejarle de lo que juzgaba puerto de paz...
¿Qué pasó en su alma?
-¡Dios mío, Dios mío! -dijo llorando por primera vez después de su crimen; y continuó:
¡Perdóname o castígame! ¡pero acaba, Señor, de una vez con esta vida de horror!
Y se encontró, sin saber como, a dos pasos de la luz que era la del mesón de un pueblecito perdido en la inmensidad, y pidió posada.
Posada, si, mas nada hay que comer. Que mucha fue la gente que pasó hoy para la feria del lugar cercano, y… ahí enfrente algo os darán. Y así lo hizo. Un viejecito de aspecto singularmente atractivo le recibió amable, alumbrado con arcaico candil, y dijo:
-Nada más quedó que esta cabeza de carnero. Tomadla e id con Dios, que mañana será otro día.
Con ella en la mano atravesaba de nuevo la estrecha calle hacia el mesón. De pronto, dos sombras ante él: intento inútil de huir. Pánico ante lo desconocido. Sensación angustiosa, como si todo el universo cayese sobre él. Intuición de tragedia. Visiones fugaces e imbricadas de toda su vida alucinante y apasionada.
-Pero… ¿Qué lleva usted ahí? –le dicen.
-La cabeza de un carnero que me han dado en esta casa, y voy al mesón.
-No ¡Fíjese usted bien! Esa es la cabeza de un anciano acabado de asesinar…
Incrédulo, miró y, ante tantos horrores, perdió la conciencia de sí.
Era efectivamente la cabeza del viejecito; su cuerpo yacía alumbrado misteriosamente por el mágico candil.
Ya vuelto en si, se enteró de que el desenlace de su sin igual aventura había acontecido en un remoto pueblecito de la provincia de Badajoz. Y allí fue juzgado y ajusticiado. Dicen que murió como un santo; lo que si se sabe es que aquel anciano cuya muerte pagó con su vida nadie supo jamás quien era, y su desapareció como evaporado en el aire. ¿Era un ser ficticio neoformado providencialmente a este fin?...
Del crimen de la bella y extraña molinera nadie supo nada, más que Dios. Y roguemos para que tan desgraciado amador haya sido perdonado, y que a nosotros no nos olvide el Señor.
Miguel Ángel Sáiz Antomil publica en 1951 una recopilación de leyendas "recogidas de la tradición oral" y previamente publicadas en Alerta y El Diario Montañés, bajo el titulo genérico de Leyendas del Valle de Soba. Sáiz Antomil era miembro del Centro de Estudios Montañeses y de la Academia General de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.
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